19 de junio de 2011

Un necesario compañero para nuestros tiempos

Por Carlos del Frade


Belgrano es un desconocido. Su muerte en la pobreza fue la consecuencia de sus ideas y hechos políticos y económicos que siempre estuvieron en contra de las minorías que mantuvieron las relaciones carnales con el imperio del siglo XIX, Gran Bretaña. Por eso lo dejaron aislado y en la miseria. Después inventaron un prócer subordinado a ese proyecto de país dependiente. Pero el verdadero Belgrano es un necesario compañero para estos tiempos. De allí la necesidad de ver y analizar sus banderas. Esas que sirven para transformar el presente y luchar por un futuro mejor para los que son más en estos arrabales del mundo. * El político de la revolución

“... El vestido de los héroes de la patria, siempre tirados y siempre en trabajos y poco menos que desnudos”, escribió don Manuel en una de sus 370 cartas reunidas en el llamado Epistolario Belgraniano, recientemente editado.

El párrafo hace mención a sus compañeros de armas. Los describe como héroes de la patria. Son anónimos. Pero ellos son los héroes. Los protagonistas de la historia.

Para Belgrano, entonces, el sujeto social son las masas anónimas, las que combaten en el interior en pos de una nación americana.

“Llora la guerra civil y destruidora en que infelizmente está envuelta la América”, se lamentaba el dirigente que había sido educado en España en medio de las privaciones económicas propias y las de toda su familia. Se recibió de abogado, volvió y a los 24 años ya era secretario del consulado en Buenos Aires.

Ya estaba “hecho”, según el malversado sentido común de estos tiempos.

Sin embargo repetirá una y otra vez un concepto político existencial desmesurado. Una infranqueable intransigencia contra toda forma de corrupción.

“Ofrezco a VE la mitad del sueldo que me corresponde, siéndome sensible no poder hacer demostración mayor, pues mis facultades son ningunas y mi subsistencia pende de aquel, pero en todo evento sabré también reducirme a la ración del soldado, si es necesario, para salvar la justa causa que con tanto honor sostiene VE”, dijo e hizo el abogado economista transformado en militar.

“No quiero pícaros a mi lado...Lo mismo es morir a los cuarenta que a los sesenta, no me importa y voy adelante, quiero volar, pero mis alas son chicas para tanto peso”.

¿Cuál era el vuelo que quería remontar Belgrano?

¿Qué cielo imaginaba para esas masas miserables que lo seguían?

¿Por qué le achicaron las alas al general?

Dice y repite que en las revoluciones “los que las intentan y ejecutan, trabajan las más de las veces para que se aprovechen los intrigantes...es la época de aprovecharse”. Pero él no se aprovechó. Estuvo siempre a la orden de los distintos gobiernos que se hicieron cargo de un país todavía enemigo de si mismo. De una colonia que quería cambiar de dueño y formar parte, relaciones carnales mediante, con la potencia hegemónica de entonces, Gran Bretaña.
“Entré a esta empresa con los ojos cerrados y pereceré en ella antes que volver la espalda...”, confesó y fue fiel a esas palabras.

* Palabras refrendadas con hechos

Palabras de un político refrendadas con hechos.

Compromiso. Como así se le llamaba a la coherencia en los años setenta del siglo XX también en estas tierras de América latina.

Un compromiso que lo llevaba a la locura.

En Vilcapugio, Belgrano estaba “parado como un poste en la cima del morro, con la bandera en la mano, parecía una estatua”, narran los historiadores. Allí estaba, en medio del desbande, sosteniendo la bandera por la que había sido juzgado.

¿Por qué ese hombre que había logrado un difícil, pesado y fatigoso ascenso social se exponía a la muerte en un sucio campo de batalla?

También sostienen los cronistas oficiales que Belgrano, en la retirada de Vilcapugio, se ubicó en la retaguardia y cargó un fusil y cartuchera de un herido.

Estaba cargado de ideas y proyectos. Enamorado de un país inventado en las mesas de cafés clandestinos antes de que estallara el 25 de mayo.

“Crea VS que es una desgracia llegar a un país en clase de descubridor”, dijo en una clara demostración de inteligencia y modestia.

Allí se juega el destino de sus sueños. Las ideas de un grupo de una incipiente clase media que tomó el cielo por asalto y que no entendía que allá lejos, a través de ríos y pampas, allá en el interior, se pensaba y se creía en otras cosas. Será un choque para Belgrano, Castelli y los otros revolucionarios. Eso es lo que connota esta primera impresión de Don Manuel cuando se entrevista con la gente de carne y hueso del país que tendrá que descubrir. “Esta gente son la misma apatía; estoy convencido de que han nacido para esclavos”, dijo.

Repitió en abril de 1818: “todo es país enemigo para nosotros, mientras no se logre infundir el espíritu de provincia, y sacar a los hombres del estado de ignorancia en que están, de las miras de los que se dicen sus libertadores, y de los que los mueven para satisfacer sus pasiones”.


La cuestión educativa

“Ni la virtud ni los talentos tienen precio, ni pueden compensar con dinero sino degradarlos; cuando reflexiono que nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos que el dinero o las riquezas, que estas son un escollo de la virtud que no llega a despreciarlas, y que adjudicarlas en premio, no sólo son capaces de excitar la avaricia de los demás, haciendo que por general objeto de sus acciones subroguen el bienestar particular al interés público, sino que también parecen dirigidas a lisonjear una pasión seguramente abominable en el agraciado...he creído propio de mi honor y de los deseos que me inflaman por la prosperidad de mi patria, destinar los expresados cuarenta mil pesos para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras”. Esas escuelas, aún en pleno año 2001, todavía no fueron construidas.

Ese es el tamaño de la hipocresía de la historia oficial argentina.

La exacta dimensión de cuatro edificios escolares ausentes en el norte argentino.
A principios del siglo XIX, Belgrano periodista escribía que “uno de los principales medios que se deben adoptar a este fin, son las escuelas gratuitas adonde pudiesen los infelices mandar a sus hijos sin tener que pagar cosa alguna por su instrucción; allí se les podían dictar buenas máximas e inspirarles amor al trabajo, pues en un pueblo donde no reine este, decae el comercio y toma su lugar la miseria”. Es decir, educación y trabajo garantizados por el estado.

Ricardo Caillet Bois sostuvo que “Belgrano propuso combatir la ignorancia del labrador mediante la fundación de escuelas agrícolas” y criticó “la falta de un comercio activo y de buenas comunicaciones. Aconsejó la rotación y diversificación de los cultivos, y la extirpación de las malezas. De paso señaló la importancia de los abonos y la necesidad de impedir la tala forestal en forma irracional. Abogó por el cultivo del lino y del cáñamo, por el establecimiento de fábricas de curtiembres y como la polilla era el enemigo mortal de los cueros apilados, bregó para que la ciencia hallase la ansiada solución. Con el fin de lograr un mejor nivel de la población campesina se manifestó partidario de las explotaciones agrarias por cooperativas, y de la enfiteusis, adelantándose así en doce años a la realización rivadaviana”.

“Pónganse escuelas de campaña. Obliguen los jueces a los padres a que se mande sus hijos a la escuela. Y si hubiese algunos que se resistiesen a su cumplimiento, tomen a su cargo los hijos y póngalos al cuidado de personas que los atiendan. Siempre he clamado por la educación. Sin educación, en balde es cansarse, nunca seremos más de lo que desgraciadamente somos”.

* Lo económico

Un estado al servicio del mercado interno. Agil y capaz de generar educación y trabajo para todos. Dispuesto a introducir avances tecnológicos. Ese es el pensamiento de Belgrano, político economista.

“Los hornos del célebre Rumford, sólo se conocen aquí por Cerviño y Vieytes, que los han establecido para sus fábricas de jabón, y seguramente no debería haber casa donde no los hubiese mucho más notándose la falta de combustible, para lo cual no veo que se tomen disposiciones a pesar de nuestros recursos. Estos habitantes tienen todo su empeño en recoger lo que da la naturaleza espontáneamente, no quieren dejar al arte que establezca su imperio, y tratan de proyecto aéreo cuanto se intente con él”, escribió en septiembre de 1805.

Denunció como periodista del “Telégrafo Mercantil, Historiográfico, Rural y Político del Río de la Plata” a los estafadores del pequeño comerciante de la colonia. “Otro mal imponderable al labrador y a los pueblos, es el de los usureros, enemigos de todo viviente, a estos que tragan la sustancia del pobre y aniquilan al ciudadano, se les debe considerar por una de las causas principales de la infelicidad del labrador, y como mal tan grande, no hay voces con qué exagerarlo”, sostuvo entonces.

El desarrollo del mercado interno era la obsesión de Belgrano: “Es preciso no olvidar que el comercio es el alma que vivifica y da movimiento al Estado, por la importancia de cuanto necesita y la exportación de sus frutos y efectos de industria, proporcionando a los pueblos, la permutación de lo superfluo por lo que les es necesario, y facilitándoles recíprocamente, todas las especies de consumo a precios cómodos y equitativos, y que por este medio los derechos y contribuciones moderadas, ascienden a una cantidad considerable, que siendo suficiente para las atenciones públicas, la pagan insensiblemente todos los individuos del estado”, sintetizó en carta al gobernador de Salta, Feliciano Chiclana, el 5 de marzo de 1813.

Repudiaba la apertura indiscriminada de las fronteras porque “la importación de mercaderías que impiden el consumo de las del país o que perjudican al progreso de sus manufacturas y de su cultivo y lleva tras si necesariamente la ruina de la nación”. Agregó que “si el mercader introduce en su país mercancías extranjeras que perjudiquen el consumo de las manufacturas nacionales. El estado perderá primero el valor de lo que ellas han costado en el extranjero; segundo, los salarios que el empleo de las mercancías nacionales habría procurado a diversos obreros; tercero, el valor que la materia prima había producido a las tierras del país o de las colonias; cuarto, el beneficio de la circulación de todos esos valores, es decir, la seguridad que ella habría repartido por los consumos sobre diversos otros objetos; quinto, los recursos que el príncipe o la Nación tienen derecho a exigir de la seguridad de sus súbditos”, remarcó.

Analizó que los fenómenos de corrupción dentro del estado son proporcionales a la miseria que padecen las mayorías: “Desengañémonos: jamás han podido existir los estados, luego de que la corrupción ha llegado a pisar las leyes y faltar a todos los respectos. Es un principio que en tal situación todo es ruina y desolación, y si eso sucede a las grandes naciones, ¿qué no sucederá a cualquier ramo de los que contribuyen a su existencia?. Si los mismos comerciantes entran en el desorden y se agolpan al contrabando, ¿qué ha de resultar al comercio?; que se me diga, ¿qué es lo que hoy sucede al negociante que procede arreglado a la ley? Arruinarse, porque no puede entrar en concurrencia en las ventas con aquellos que han sabido burlarse de ella”.

Entiende la necesidad de la distribución de las riquezas cuando escribió que “la repartición de las riquezas hace la riqueza real y verdadera de un país, de un estado entero, elevándolo al mayor grado de felicidad, mal podría haberla en nuestras provincias, cuando existiendo el contrabando y con él el infernal monopolio, se reducirán las riquezas a unas cuantos manos que arrancan el jugo de la patria y la reducen a la miseria”.



Belgrano ya sabía su condena.

Su manera de actuar y pensar y su idea de hacer política desde las masas, lo sentencian.

“Nada puedo remediar, nada puedo hacer; y sólo me pongo en las manos de la Providencia por no caer en una desesperación espantosa”, escribió en octubre de 1816. Ya había sufrido un tercer consejo de guerra y comenzaba a ser perseguido por sus amores con Dolores Helguero.

Todavía sufriría cuatro años más de soledad.

“Es preciso revestirnos de paciencia y sufrir la pobreza”, le confesó a Güemes en enero de 1817.

Un año antes de morir, en marzo de 1819, le escribió al hacendado Cornelio Saavedra y se calificó de formar parte de un grupo de “pobres diablos” que andan “en trabajos”. Saavedra lo ignoró.

Su última carta, la del 9 de abril de 1820, es una confesión de derrotas.

Un descenso personal y colectivo. “Nada se de la familia desde que salí de esa, no he podido escribir, por mis males, y porque además, las incomodidades del camino no me lo han permitido...Me he encontrado con el país en revolución...”, dice el texto y luego se pierden las palabras de Belgrano por una rotura del papel.

Ya ni siquiera tiene la bandera de Vilcapugio.

No tiene dinero ni honores. El país que descubrió se hace a imagen y semejanza de los pocos que disfrutaron mientras sus vísceras se enfermaban al conjuro del desprecio de sus ideas políticas y económicas.

Se murió el 20 de junio de 1820. Le pagó a su médico de cabecera con una incrustación de oro que tenía en su dentadura.

El estado nacional conformado después de los años setenta del siglo XIX lo convertiría en un héroe de la abnegación y nada más que eso. Al servicio de la imagen de un político sumiso frente a los militares. Le otorgarán el rango de creador de la bandera pero jamás contarán que era un símbolo para enfrentar la indiferencia. Un símbolo para movilizar a los anónimos en pos de un proyecto nuevo, distinto. Tampoco se dirá que semejante invención mereció la desaprobación y su primer consejo de guerra.

Belgrano fue un político que pensó un país para las mayorías desde un estado que fomentara una economía basada en el mercado interno, la educación, el empleo y la soberanía política en relación íntima con los demás países de América del Sur.

El sujeto histórico para Belgrano eran las masas del interior del país.

Creía en la honestidad y en la ética pública como concepto preliminar para exigir morales individuales. Donó, permanentemente, la mitad de su sueldo.

Este Belgrano desconocido, desfigurado por tantas avenidas, bronces, parques y monumentos, es el que necesariamente les habla a los contaminados por la indiferencia que el sistema esparce entre los que son más en estos arrabales del mundo.

 No solamente su proyecto es indispensable para modificar el presente, sino también su pasión por transformar las individualidades a partir de la ética y la coherencia de los dirigentes.



Fuente: http://www.argenpress.info 

0 comentarios: