11 de noviembre de 2008

“Miente, miente que algo quedará”

Por Mariana Steckler


Durante las últimas semanas se escucharon innumerables voces que -como adolescentes malcriados- exigen, suplican al Estado ayuda. Se trata de banqueros, financistas y empresarios administradores de papeles cotizables quienes por años defendieron -y, a no dudarlo, aún defienden - el modelo neoliberal de economía de mercado y que ahora ruegan al Estado norteamericano intervenga -léase: cubra sus déficits- para salvarlos de la debacle financiera en la cual se encuentran. Pero quizá no sea la súplica lo que deba sorprender si se tiene en cuenta lo solícitos que han sido los Estados modernos frente a las demandas de los dueños de la economía mundial. Es decir, de quienes manejan, tejen y destejen con pulcritud los finos y extravagantes tejidos del mercado. Un mercado compuesto por la señora Oferta, junto a su caprichosa, maniática hija Demanda. Mientras tanto, los gurúes de la post-modernidad afirman que el mercado del que se habla no posee ideología alguna. Con semejante tesis, el capitalismo queda libre de la crítica ideológica y se presenta como una verdad absoluta. Y las verdades absolutas no se cuestionan… Sin embargo, el planteamiento es absolutamente ideológico: es la ideología de la -supuesta- ausencia de ideología.

El modelo que sostiene el capitalismo es un conjunto de medidas económicas, financieras y políticas que han nacido de las ideas y premisas básicas liberales promulgadas por John Locke (desde lo político), Adam Smith y David Ricardo (desde lo económico), entre otros, quienes concebían la política como herramienta exclusiva -y necesaria- que asegure el libre desenvolvimiento de la economía. Estos pensadores venían de padecer monarquías absolutistas, negadoras de derechos básicos como la libertad del individuo sea cual fuere el color de su sangre, las creencias religiosas que posea o la falta absoluta de ellas. Gracias a estas teorías, se reemplazaron las monarquías compuestas por reyes ampulosos, parásitos vividores de riquezas ajenas, por otra realeza: el capital financiero. En el camino, dejaron sus huellas los procesos -muchos de ellos revolucionarios- que dieron origen a las democracias actuales (individuos libres, dueños de sus destinos, con capacidades y derechos para elegir a sus representantes), a la libre competencia en el mercado (mercantilismo), al capitalismo del siglo XIX (capital=producción) para arribar finalmente al hegemónico capital financiero que rige en la actualidad.

ADN del capitalismo actual

Sin embargo, el capitalismo actual no reconoce padres ni oradores que se hayan puesto de acuerdo en sus premisas básicas, tal es su heterogeneidad. Su existencia se reduce a la simple multiplicación del metal precioso del momento –oro, dólares, euros- el cual le asegura su subsistencia. Pero debe entenderse este capital como aquél capaz de reproducirse a sí mismo (dinero que genere más dinero), no al capital puesto a producir (inversiones productivas industriales, por ejemplo) Así pues, nada de postulados ideológicos, nada de teoría ortodoxa. Quienes hoy promulgan los supuestos liberales, aquellos que vetan la intervención estatal por considerarla prohibitiva ya que modificaría el cauce natural de la economía, olvidan revelar que cuando la teoría incomoda, se la deja de lado sin resquemores. Y ejemplos de ello –por parte de países centrales- se comprueban en la historia: Inglaterra de la Revolución Industrial, Estados Unidos de la guerra civil a fines del siglo XIX, por nombrar algunos paradigmáticos casos en los cuales el Estado ha salido en ayuda incondicional del capital liberal. Asimismo, el economista Julio Olivera amplía los ejemplos a partir del siglo XX y asegura que luego de la crisis de 1930, la intervención estatal ha sido permanente y hasta, en ocasiones, tildada de insuficiente por parte de sus beneficiarios, cuando en realidad el monto desembolsado por los Estados fue descomunal. Es decir, la premisa básica de no intervención estatal para que la mano invisible del mercado lo solucione todo, podría reemplazarse por la máxima Hagan lo que decimos –economía libre, Estado apático- pero no lo que hacemos. Mega compañías financieras teorizan sobre la mano invisible del mercado mientras discurren por las rutas proteccionistas en las cuales encuentran el guante blanco salvador. Guante que calza en la mano estatal y el cual se mete descaradamente en los miles de bolsillos individuales cuando ocurre aquello de socializar las pérdidas. Y es lo que sucede cuando el Estado interviene para salvar el capitalismo...

No obstante, si se revisa -de nuevo- la teoría, el mercado es un mecanismo impersonal que permite dar respuesta a todas las preguntas económicas: ¿qué producir?, ¿cómo producir?, ¿para quién producir?, sin necesidad de recurrir a persona o institución alguna. El mecanismo funciona en base a que todos y cada uno de los agentes económicos buscan su máximo beneficio personal y en esa constante búsqueda toman las decisiones económicas respecto de las tres preguntas planteadas. En un sistema de mercado, el conjunto de los precios de la economía -sistema de precios- funciona como un esquema de señales similar a un semáforo. Cuando los precios son altos, implican ganancias que dan luz verde a la entrada de empresarios; cuando los precios son bajos implican pérdidas: luz roja para la entrada y un incentivo a la salida de las empresas en busca de otras oportunidades. En este sistema -siempre en teoría- no hay nadie en especial que decida sobre las respuestas a los interrogantes económicos sino que son todos los agentes quienes actúan en busca de su bien particular.

Lo que se vuelve imperioso destacar, es que no siempre el mecanismo es tan impersonal ya que, como explican los economistas Perticarari y Hauque “los mercados obran bajo el influjo de uno o pocos agentes que fijan su funcionamiento -monopolio u oligopolio- sin que exista esa indefinida garantía de imparcialidad”. Además, en el mercado –como en cualquier otro lugar- todos los hombres son distintos: diferentes capacidades y recursos. Allí, se vota con dinero y quien tiene más dinero posee más “votos monetarios”, lo que hace realidad el hecho de que “el perro del rico coma más que el hijo del pobre”. Continúan Perticarari y Hauque “la dinámica del mercado no tiene compasión humana, sino que actúa de manera automática”. La primera afirmación es cierta, la segunda hoy está puesta en duda ya que no siempre el mercado se mueve con dinámica propia, no siempre actúa de manera automática, sino que está -muchas veces- minuciosamente digitado por un grupo de poderosos. Por tal motivo, el sector público es el que toma la mayor parte de las decisiones para las cuestiones que no se resuelven a través del mecanismo de mercado. Y América Latina reconoce -y lamenta- el mote de patio trasero del Primer Mundo. Así lo entiende Eduardo Galeano “(…) el atraso y la miseria de América Latina no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos; otros ganaron. Pero ocurre que quienes ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos: la historia del subdesarrollo de América Latina integra la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos”. Así las cosas, términos como liberalismo, neoliberalismo o capitalismo pasan a ser meras imposturas, falacias que esconden verdaderos saqueos los cuales en estas latitudes ya llevan más de cinco siglos. Como argumenta la investigadora canadiense Naomi Klein “entre el 25 y el 60% de la población queda fuera de la sociedad o se convierte en una clase marginal en aquellos países que liberalizan sus economías, sobre todo en los menos desarrollados”

Integración regional: ahora o nunca

No obstante, una alternativa frente a la crisis financiera -y económica- mundial se les presenta a los países de América Latina. Se trata de una combinación de acciones políticas y económicas que concrete finalmente la conformación del Banco del Sur; el fortalecimiento de mercados comunes como el MERCOSUR que motive políticas productivas diversas -para apartarse de los monocultivos-; una moneda única para la comercialización entre los países miembros, entre otras posibles medidas. Al respecto, Aldo Ferrer, miembro del Grupo Fénix formado en el año 2000 por economistas argentinos con la intención de diseñar un modelo económico alternativo a las políticas neoliberales impulsadas por Estados Unidos, sostiene que es posible -y deseable- la implementación de otros instrumentos que ayuden a fortalecer la unificación regional. A partir del potencial científico-tecnológico que poseen países como Argentina y Brasil, podría llevarse adelante una combinación energética que apunte al área nuclear. O, también, el modelo de confederación independiente que promulga la propuesta del ALBA -Alternativa Bolivariana para los pueblos de nuestra América-, que impulsa Venezuela.

América Latina padece asimetrías importantes desde el advenimiento de la globalización -indispensable para la libre circulación de los capitales- debido a las brechas existentes en el desarrollo relativo de los sistemas productivos y los niveles tecnológicos. Esta asimetría se registra entre países pero, además, dentro de cada país debido a factores como la concentración de la propiedad de la riqueza y las fracturas en las estructuras sociales. Estos problemas se han visto agravados por lo que Aldo Ferrer llama “reparto regresivo de los costos de las sucesivas crisis de endeudamiento”, además de la caída de la tasa de crecimiento hasta niveles muy difíciles de remontar y, también, por los aumentos del desempleo provocados no sólo por el avance de la tecnología (diferencias en el acceso a la capacitación por parte de la fuerza de trabajo -lo que aumenta las diferencias en los niveles de salarios-) sino por las continuas fugas de capitales internacionales y nacionales, por la falta de actividades productivas demandantes de mano de obra, por la ausencia de políticas nacionales inclusivas a nivel desarrollo social y por el nivel de dependencia y obsecuencia hacia los países desarrollados. Desactivadas las políticas sociales del Estado de Bienestar, los mercados de trabajo se desregularon lo que provocó aún más desempleo.

De allí la urgencia en la necesidad de integraciones regionales que abonen la teoría del desmantelamiento de la unipolaridad que presentaba el país del Norte frente al resto del mundo. Caído el Muro de Berlín -anticapitalismo- se vino abajo, también, el contrapeso -la competencia del capitalismo-. Precisamente, frente a lo sostenido por el sociólogo e historiador brasileño Emir Sader: “la hegemonía económica y cultural es tal que el modo de vida capitalista se impone sin disputa en el mundo”, hoy especialistas de distintos países -entre ellos, Naomi Klein- profesan una multipolaridad mundial compuesta por países otrora del subdesarrollo como China, por ejemplo. ¿Qué hará, entonces, América Latina? Nadie puede asegurar una respuesta. Sin embargo, sí se sabe que posee las herramientas suficientes para comenzar una -tibia, en sus principios- independencia de los países imperialistas que le asegure soberanía, indispensable para promover verdaderas políticas de inclusión y justicia social. En esta cruzada, la población latinoamericana, en general, no deberá quedar afuera: auténtico sentimiento de pertenencia, conciencia solidaria y de clase, serán trascendentales.

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Referencias:

FERRER, ALDO. La economía argentina. Desde sus orígenes hasta principios del siglo XXI. Fondo de Cultura Económica. 2005

GALEANO, E. Las venas abiertas de América Latina. Buenos Aires. Ed. Catálogos. 2003

KLEIN, NAOMI. http://www.naomiklein.org

OLIVERA, JULIO. Comité Académico Asesor, FLACSO http://www.flacso.org.ar

PERTICARARI, N. HAUQUE, S. Introducción a la economía. Ciudad Argentina – USAL. Buenos Aires. 2000

SADER, EMIR. Suplemento económico CASH. Página 12. 17/08/2008